martes, 15 de enero de 2013

Sobre Nueva Zelanda, África y la subjetividad

Ensayo de las exposiciones del lunes 14 y martes 15.

Que rápido olvido las cosas, apenas han pasado 24 horas y ya ni recuerdo de que iba exactamente uno de los trabajos presentados ayer, pero bueno como por suerte esto es un ensayo, muy necesario no nos es,

1. En el primero de los trabajos nos hablaron de energía, renovable mayormente, y de ciertas dudas que tenían acerca de la directa relación entre acción humana y calentamiento global. Haré tan solo un par de apuntes.

Me gustó lo comentado de Nueva Zelanda, había leído ya algunas cosas de la devoción de este país por la preservación de sus recursos naturales, hasta el punto de que para compensar emisiones pagan una ecotasa por cabeza de ganado y las ventosidades de estas, sin embargo, que el medio ambiente es global, y su equilibrio depende desde nuestra casa hasta el punto geográfico más alejado de uno mismo, es irrefutable, y me temo que tanta buena voluntad y buen hacer no valgan absolutamente para nada, amen de que a unos pocos miles de kilómetros tienen a Pekin, ciudad mas contaminada del mundo, y ríete tu de la boina gris de Madrid.

Mi segundo apunte y respecto a la directa responsabilidad del ser humano y el asco de medio ambiente en que vivimos, me remito a las fotos que podéis ver al pinchar en Madrid o Pekín, el aumento del asma, las enfermedades, la desertificación, Benidorm e infinitos casos más, cosas que en medio de la selva donde los humanos no llegan no pasan.

2. El segundo trabajo del lunes la verdad es que no recuerdo muy bien de que iba, de la crisis o algo así, pero la verdad es que me gustó mucho, más que por su contenido, por su continente, esto es, me dio la impresión de que el grupo renunció a la falsa objetividad que predomina como causa justificativa en la mayoría de los discursos, realmente ideológicos  de nuestros días  y no hizo mas que deleitarse en su propia subjetividad, y esta no deja de ser una de mis actitudes preferidas, y que cada vez trato de aplicar en mayor medida a mi propia vida y mi hacer,  pues si ni el mas sabio entre los sabios puede despegarse de su subjetividad, que necio seria yo de creerme que si puedo, chapó compañeros.

3. Esto es de hace un rato, espero acordarme mejor. De África iba la cosa, ese continente, o no según nos dicen los compañeros, dejado de la mano de Dios, el continente ese de ahí abajo, el de los negros salvajes, los diamantes de sangre, los musulmanes y la primavera árabe, que por bonito que suene no es un festival de música como una amiga creía. La exposición ha sido buena, apremiada por el tiempo, y es que esa es la mayor tragedia del ser humano, nunca tenemos el tiempo suficiente para nada, sin embargo el caótico debate posterior ha sido muy enriquecedor. Lástima de continente, poco cohesionado y con todos los extremos presentes en sí. Como conclusión, los musulmantes cooperan entre sí mejor que nosotros con el resto del continente, y aun nos creemos el ombligo del mundo

El espejismo del fin de la Historia


Las personas piensan que sus gustos y convicciones son estables, pero cambian más de lo que creen

Un experimento masivo prueba la ductilidad humana

Los gustos de juventud cambian al llegar a la edad adulta. ¿Cuánto pagaría dentro de 10 años por ver a su banda favorita de hoy?, se preguntó a los encuestados. / CLAUDIO ALVAREZ

Lo más común es que la gente se sonroje al recordar sus gustos, valores y convicciones del pasado y se pregunte cómo demonios le pudo gustar ese cantante, aquel partido político o este cónyuge que ahora ocupa la mitad del sofá. Todo el mundo acepta haber cambiado. Pero entonces, lo lógico sería suponer que lo mismo va a seguir ocurriendo en el futuro: que los gustos y convicciones actuales van a seguir cambiando, que el cantante de ahora acabará también desafinando, la ideología patinando, el amor muriendo. Pero no es así.
Según ha demostrado un experimento psicológico masivo de tres universidades —con 19.000 personas de 18 a 68 años de edad—, todo el mundo, independientemente de su edad, cree que sus convicciones actuales son ya las definitivas: que ya ha llegado, que ya nada va a cambiar, que el presente es para siempre. Es lo que Daniel Gilbert, de la Universidad de Harvard, y sus colegas llaman “el espejismo del fin de la Historia”. Presentan su macroestudio en la revista Science.
Los psicólogos, por ejemplo, preguntaron a los participantes cuánto estarían dispuestos a pagar por ver dentro de 10 años a su grupo favorito actual. También les preguntaron cuánto pagarían ahora por ver a su grupo favorito de hace 10 años. Y la primera cifra resultó mucho mayor que la segunda, de una manera consistente en todos los grupos de edad.
La gente de 30 años, por poner otro ejemplo, cree que va a cambiar en los próximos 10 años mucho menos de lo que la gente de 40 años admite que ha cambiado en los últimos 10. Los investigadores analizan así el comportamiento, los ideales, los principios y las inclinaciones de sus sujetos. Son estrategias de estudio indirectas —no se compara a la misma persona 10 años antes o después—, pero sus resultados son sólidos gracias a la poderosa estadística que permite una muestra de 19.000 personas.
La gente toma decisiones que influyen en quienes se convertirán
“La Historia, según parece, siempre se está acabando hoy mismo”, dicen Gilbert y sus colegas del Fondo Nacional de Investigación Científica de Bruselas y la Universidad de Virginia en Charlottesville. “Tanto los adolescentes como los abuelos parecen creer que el ritmo del cambio personal se ha detenido, y que ellos se han convertido hace poco en las personas que seguirán siendo para siempre”.
El espejismo del fin de la Historia, sostienen los investigadores, no solo tiene interés como divertimento psicológico, sino que tiene muchas consecuencias prácticas en la vida de las personas: la gente paga un precio demasiado alto por atesorar para el futuro el tipo de cosas que le satisfacen en el presente, pero que seguramente no le satisfarán en el futuro. Aunque parezca una descripción del matrimonio, la hipoteca o las acciones preferentes, el fenómeno afecta a todos los ámbitos de la psicología humana.
“En cualquier fase de la vida”, escriben Gilbert y sus colegas, “la gente toma decisiones que influyen poderosamente en las vidas de la gente en la que se convertirán; y cuando finalmente se convierten en ellos, ya no parecen tan interesantes”.
Los psicólogos citan el ejemplo del tatuaje indeleble por el que un adolescente se deja la paga de tres meses, y que 10 años después pagaría cualquier cosa por borrar de su piel. No es muy distinto de pagar al abogado para que desuna lo que Dios unió en la precipitada juventud; ni de costear una liposucción que redima media vida de hamburguesas y de pizzas cuatro quesos.
Tal vez la gente crea que su personalidad es tan atractiva que no va a cambiarla
La pregunta que se hicieron los investigadores antes de abordar el estudio fue: “¿Por qué todo el mundo toma tan a menudo unas decisiones de las que después se arrepiente?”. Y sus resultados muestran que la razón es que todos sufrimos una confusión fundamental sobre la naturaleza de nuestro yo futuro. Que cada uno de nosotros subestima gravemente el poder del paso del tiempo para transformar nuestros valores, preferencias y personalidades.
Como es práctica habitual entre los psicólogos experimentales, Gilbert y sus socios se han valido de toda clase de triquiñuelas, como reclutar a una tanda de 7.519 sujetos a través de la web de un popular programa de televisión para, de forma inesperada, someterles a las interminables pruebas del inventario de Personalidad de Diez Dimensiones, el inventario de Valores de Schwartz o cualquier otro inventario que les viniera bien para sus propósitos.
El trabajo deja claro que el ser humano es víctima del espejismo del fin de la Historia, pero sobre la causa de ese espejismo solo se pueden hacer conjeturas. Tal vez la gente crea que su personalidad es tan atractiva, sus valores tan sólidos y sus gustos tan indiscutibles que, honestamente, ¿para qué van a cambiarlos? O tal vez todo el mundo crea conocerse tan bien a sí mismo que no se reconocería bajo una forma distinta. En uno u otro caso, esa cabezonería parece ser una de las pocas cosas que no cambian con el tiempo.

Fuente: http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/01/03/actualidad/1357239073_686659.html